miércoles, 31 de diciembre de 2008

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Finalizo el año con un nuevo blog

La mejor forma de dar la bienvenida a este nuevo año es con el deseo de realizar un nuevo proyecto.

Sí amigos, hoy estreno un nuevo blog al que le doy un plazo de un año para realizar una publicación en papel.

Espero que no os aburra mucho si lo vistan amigos, su temática es poco seguida por nuestra juventud, solo trata de palabras y de como se dicen.

Así que ya saben si quieren estrenarle, no lo duden vayan a visitarlo, pero antes les pido que hagan un pequeño esfuerzo, imaginen de que va y luego comprueben si han acertado.

Senovilla ha creado un nuevo blog donde todo el que desee disfrutar de la palabra será bienvenido.

Dicen que los mejores estrenos se hacen en Noche Vieja y que el Año Nuevo los comienzan a hacer grandes.

Y como siempre si simplemente desean ver mis pensamientos siempre me tendrán ahí.

Les deseo lo mejor para este Año Nuevo 2.009
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Las 2000 pesetas.

Hola a todos,

Primero quiero agradecer mi incorporación al proyecto (de la cual no me di cuenta hasta hoy, lo siento), y felicitaros a todos las fiestas y que tengáis una buena entrada de año.

En segundo lugar quiero escribiros sobre una imagen que quedó grabada a fuego en mis retinas cuando yo tenía unos 9 años, y que fue por estas fechas (disculpadme si mi sorna o mi cinismo sobre religión ofende a alguien).

Mi padre, cristiano, currante, tozudo y responsable hasta la médula, lleva toda la vida asistiendo a misa los domingos. Tenemos la 'suerte' de tener una parroquia a 20 metros de casa, donde mis hermanos y yo hicimos la comunión y donde todo el barrio (las señoras mayores por lo general), asiste a tomar su panecillo sagrado.
Mi padre cree en Dios, lee la Biblia por las noches, asiste a misa todos los domingos. Mi padre cree que las cosas siempre tienen un camino fácil y uno difícil, considera que siempre se puede hacer el bien sin llegar a lastimar a un tercero.
Mi padre trabaja una media de 18 horas al día 5 días a la semana en un local lleno de humo de tabaco y de personas de toda clase.
Normalmente dice tacos en 8 de cada 3 palabras (cagándose en Dios, etc), anda siempre de un mal humor que puede variar en cuestión de segundos a una alegría exultante, y en función de quién tenga delante, lee mucho y se preocupa por culturizarse, riñe a mi madre cada dos por tres y se altera con facilidad.
Mi padre necesita el cristianismo para refugiarse de él mismo, necesita ir a misa durante al menos una hora para poder evadirse de todo lo que lleva a la chepa día tras día. Mi padre se sostiene en pié gracias a la religión y a su tremenda e incalculable fortaleza. Para echarlo abajo se necesita mucho más que la mano de Dios.

Todo esto viene relacionado a que, a ojos de todos los que no somos su familia, mi padre es una persona difícil de tratar, con fuerte carácter y nada interesado en lo que no sean sus cosas cotidianas. Incluso puede parecer que es frío de corazón y que sólo sabe ver la vida con sus ojos y nada más allá de sus narices.

Cuando yo tenía 9 años, cuando nuestros problemas no habían sinó de empezar todavía, cuando mis hermanos y yo vestíamos con chándals de otras personas que nos daban ropa, cuando mi padre trabajaba las mismas horas en el negocio y comíamos todos de la misma olla (y única), cuando yo no sabía lo que era merendar, cuando mi hermano mayor empezó a desquiciarse, cuando mi madre se puso muy enferma, cuando pasaba todo eso en mi familia, mi padre empezó a llevarme a misa con él.
Mis recuerdos de aquella época son muy vagos en cuanto a detalles y anécdotas, ya que las situaciones posteriores borraron para siempre muchos momentos de mi infancia. Pero recordaré toda mi vida el día en que salimos de la iglesia por la puerta de atrás, donde siempre había un mendigo con mejillas rosadas y gorro gris largísimo pidiendo limosna de rodillas a la salida de la parroquia.
Mi padre se acercó al mendigo y sacó de su bolsillo un puñado de cosas que eran su pañuelo, papeles y dos o tres billetes de 2000 pesetas. En esa época 2000 pesetas eran bastante para una familia como la mía.
Uno de los billetes fue a parar a manos del mendigo. Con los ojos desorbitados y alzando las manos hacia el techo de la parroquia, miró a mi padre casi llorando y luego juntó las manos en posición de rezo para agradecer el dinero que le había dado.
Cuando mi padre volvió junto a mí para marcharnos me explicó que así esta noche podría tomar un buen plato de sopa caliente y un poco de pan.

Ese momento lo tengo grabado en el corazón y nunca se me olvidará. Porque conozco la vida de mi padre y porque sé perfectamente que ese mendigo podría haber sido él. Y quizá él pensó lo mismo cuando yo era pequeña y decidió compartir su pobreza.

En resumen, que una vez más, el dinero es lo de menos.
 
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